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ESCUCHAR EL SILENCIO

Hay una canción que mi hermana escucha seguido que dice algo así: “las únicas palabras de las que me arrepiento son las que dejé sin decir”. Entiendo quizás por qué suena, o por qué de pronto adquirió un relieve distinto. Como cuando te presentan a alguien y de un día a otro parece que te lo encuentras en todas partes. Ha estado ahí siempre, pero lo que ha cambiado es que ahora eres consciente de ello. A veces pasa lo mismo con el silencio, dejamos que hable por nosotros, y nos damos cuenta más tarde cuánto nos hubiera gustado decir algo.  

Mi abuelo es el gran poeta de la familia. Como todo buen abuelo, nació para contar historias. Por eso sé cuánto le pesó en su momento, que sus últimas palabras a Tita no hubiesen sido aquellos grandes versos a los que acostumbraba. Aunque debo destacar que, a pesar de ser el primero en llenar con palabras hasta los márgenes de las hojas, también es un gran admirador del silencio. Siempre cuenta cómo una de sus actividades favoritas mientras estaba en el seminario, consistía en caminar varias horas por la noche hasta alejarse completamente de la ciudad. Y así, tumbado en el suelo en medio de la nada, por sólo unos segundos escuchaba el silencio. 

Hay un fenómeno que se conoce como “pausa nocturna”. Existen pocos estudios, pero según Don Antonio, que no es fuente de autoridad científica, pero que es mi abuelo, es un fenómeno en el que la actividad de la naturaleza en zonas alejadas de las ciudades, parece aquietarse por completo. Dura unos pocos minutos, quizás unos segundos. Y en ese brevísimo período de tiempo, el sonido de la naturaleza –los cantos de los pájaros, el ruido de los búhos, los grillos, el sonido del aire, las olas o el movimiento de los árboles–, se detiene unos instantes, y por paradójico que parezca, se puede escuchar el silencio. 

Mi abuelo cuenta que no siempre pasaba, pero cuando sucedía era como si el silencio exterior abriese paso al silencio interior. En esta pausa los pensamientos se vuelven más claros y es posible apreciar el sonido del silencio, “un sonido único, imposible de oír con el ruido de las grandes ciudades o el ruido del corazón” decía. Fue precisamente hablando de la pausa nocturna, que nos dimos cuenta de que muchas veces no es que no dijéramos lo que queríamos. Sino que no lo dijimos con palabras, pero lo dijimos con gestos, con abrazos o con silencios prolongados, donde la compañía habló por sí sola. Pensamos que debemos llenar hasta el último espacio en blanco, y nos olvidamos de que el silencio es parte integrante de la comunicación, sin él no existen palabras con densidad de contenido¹. Los espacios tienen sentido, no porque dejemos de pensar, sino porque enmarcan los pensamientos, les dan orden y los ponen en su sitio. 

“De lo que no se puede hablar hay que callar”, escribía Wittgenstein en el prólogo al Tractatus Logico-Philosophicus. Quizás no es tanto que haya cosas de las que no se puede hablar, sino que en ocasiones guardar silencio, cuando la vida así lo requiere, para no empequeñecer con nuestras categorías lo que nos supera, no implica que no haya Verdad. Como tampoco significa que el silencio esté vacío. Por el contrario, significa que nos pone en condición de apertura para abrazar lo que escapa a nuestra limitada razón. Estamos tan acostumbrados al ruido, que nos da miedo estar en silencio y pasamos por alto que muchas de las resoluciones más fuertes se juegan ahí. ¿Cuántas veces no nos sentamos en el oratorio sin decir nada, dejando que Dios llene ese silencio? La verdad permanece ahí, en el silencio de un sagrario, en las pausas, los espacios en blanco de una carta, en los momentos que no se dice nada y se dice todo. 

 

Cuando es la vida lo que se somete a examen, no cabe o cabe poco sobre la cabeza. Hay cosas que sólo el silencio expresa en su totalidad. Las palabras adquieren la importancia que tienen, cuando también damos espacio al silencio. Guardar silencio en ocasiones, es esa pausa nocturna, en la que preparamos el corazón y la cabeza para abrirse a las verdades que nos trascienden. Y aunque las últimas palabras de mi abuelo a mi abuela no hayan sido un “te quiero”, el silencio siempre habló, habló lo que las palabras no podían. Ese “te quiero” se dijo más veces en el silencio, más aún, el silencio habló más fuerte. 

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1 Benedicto XVI (2012). “Silencio y Palabra: camino de evangelización”, Vaticano, Librería Editora Vaticana. Recuperado de: <https://n9.cl/silencioypalabra>

Paulina Cerdán

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