AMAR LIBREMENTE LA VERDAD
Hace más de 50 años san Josemaría pronunciaba en el campus de la Universidad de Navarra una homilía que al día de hoy continúa inspirando los corazones de estudiantes, profesores y académicos de todo el mundo. Que ha llevado a miles de jóvenes en busca de algo más, a viajar cientos de kilómetros para convertirse en embajadores de la verdad. La misión de la universidad sobrepasa tiempos y modas. Es el lugar de encuentro de la universalidad –de los distintos ambientes, contextos y perspectivas–, con la propia unidad de la verdad.
A mí me trajo hace tres años, sólo unos meses después llamar entre lágrimas a una muy buena amiga para decirle que tenía miedo de hablar la verdad. Ambas nos habíamos graduado recientemente del colegio, y vaya lío el que montamos con un comunicado en Facebook. Nos habíamos dedicado los meses previos a rastrear las conexiones de dinero entre los movimientos que estaban apareciendo con gran fuerza en nuestro país. Ya nos habíamos interesado antes en el tema, pero nunca habíamos recibido amenazas. Y aunque en parte esperábamos una reacción, nos sorprendió lo difícil que se había vuelto el diálogo en las universidades, cuando la universidad es por excelencia el lugar para la discusión abierta, para la pluralidad de ideas y la búsqueda de la verdad.
“Yo también tengo miedo, pero por eso Dios nos hizo amigas, porque sabía que nos íbamos a necesitar. Al final, nuestro único deber es ser instrumento, la Verdad ya ganó hace 2000 años”, me dijo poco antes de una rueda de prensa. Hoy, tres años después, puedo decir que tenía razón, y que como escribe Jaime Nubiola en su artículo Pragmatismos y Relativismo: “La verdad es lo más comunicable, por eso la verdad es liberadora, por eso la verdad es lo que los seres humanos nos entregamos unos a otros para forjar relaciones significativas entre nosotros”¹. La verdad revela la riqueza de la existencia humana con todas sus singularidades, matices y escala de grises. Y en esa escala de grises nos hace ver con más claridad tanto las circunstancias concretas de cada uno, como la realidad que compartimos.
En un mundo en el que pareciera que no hay solidez, que la incertidumbre, el miedo y el rechazo de la verdad avanzan a pasos agigantados, encontrar un sitio como este resulta un tanto esperanzador. Un sitio en el que hay una unidad de vida y un profundo deseo de verdad. Donde se sabe que si el relativismo ha lastimado tanto a la sociedad, la universidad no puede ser cómplice de ello. La vida universitaria va de amar libremente la verdad. Por “libre” no quiere decir a la medida, sino “buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad"².
Amar la verdad es atreverse a pensar tanto lo más nuclear de lo que somos, como lo más pequeño y ordinario que tantas veces pasamos por alto, pero sin lo cual nuestra vida sería un poco menos completa, incluso menos bella. “Hay por muchas partes (...) una especie de pereza espiritual que se nota en que hemos perdido la ilusión y, lo que es peor, el rumbo. Vamos por la vida con un paso sin firmeza, como de acomodado a un ritmo estable, sin estridencias, sin sobresaltos, y hemos dejado de mirar las cosas buenas que nos rodean, porque hay algunas muy malas que nos hacen cerrar los ojos a todo”³.
El relativismo, más que un uso inadecuado de la razón, es una pérdida de horizonte. No es ni siquiera la apreciación por lo distinto, diferente o plural. Es el empeño por formatear la voluntad y la inteligencia, no para abrirse a las grandes posibilidades de la vida –que muchas veces resultan incómodas–, sino a una vida en la que no hay perspectivas posibles, únicamente realidades incomunicables. Es una pena que tantas universidades hayan perdido ese espíritu conciliador de la universalidad con la unidad. No obstante, es por esa misma razón que se hace más necesario que nunca amar la verdad, sin miedos, titubeos o ambigüedades. Con la certeza de que la Verdad fue crucificada hace 2000 años y venció.
Creo que si hoy estamos aquí y hemos viajado tantos kilómetros es porque entendemos que la misión de la universidad va mucho más allá de un papel. Nuestro deber es ser instrumento, y qué privilegio poder ser instrumento del más grande Artista. Por eso me atrevo a decir que el pragmatismo pluralista no es sólo un hacer, sino también un dejarse hacer, así sea difícil, incómodo o conlleve algo de sufrimiento. Puesto que, como recuerda Jaime: “la verdad es enriquecedora, porque la verdad es perfeccionamiento”.
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1 J. Nubiola (2001). “Pragmatismos y relativismo: C. S. Peirce y R. Rorty”, Única II/3, 9-21.
2 R. Piñero (2022). El arte de mirar: la trascendencia de la belleza, Madrid, Palabra, p.107.
3 R. Piñero (2022). El arte de mirar: la trascendencia de la belleza, p.106.