EL ORIGEN ES EL AMOR
“El origen del lenguaje es el amor”, mencionaba Jaime Nubiola una de las primeras clases de Filosofía del Lenguaje. “El origen es el amor”, cuánta razón y cuánta verdad hay en esa corta frase. El amor a lo pequeño, a lo concreto, a lo cotidiano que envuelve la realidad de nuestras vidas, aquí y ahora; y que a su vez, nos habla de algo grande, que nos trasciende y a lo que estamos llamados. Son las pequeñas cosas las que nos llevan a las grandes preguntas.
Hace poco escuché la conferencia de un transhumanista que ha congelado a cinco personas. Y cuando se le preguntó por las consecuencias, su respuesta fue así: “Esas son cuestiones filosóficas, nosotros sólo nos interesamos por la técnica”. Una respuesta aterradora, no muy alejada del "Nadie me pidió pensar" de Adolf Eichmann. Pero lo más increíble era la cantidad de personas en el público fascinadas, mientras que a mí sólo me parecía una de las cosas más horribles que había escuchado: sin amor, verdad o belleza, sólo “técnica”. No era una apreciación por la vida, era un desprecio por todo lo que nos hace humanos.
Parece una locura, aunque detrás creo que lo que hay –más que locura–, es miedo al sufrimiento. Y ese miedo aparece porque hay una gran falta de amor, porque sólo en el amor somos capaces de explicar el dolor, puesto que lo dota todo de sentido. Es lo que abre la mirada ante el miedo o la incertidumbre, y nos revela que hasta lo más ordinario de nuestra existencia, resuena en la eternidad si se hace con amor.
Mucho se habla de que hemos perdido contacto con la realidad, y quizás en parte es cierto; nos hemos acostumbrado a la comodidad de las pantallas, a guardar cientos de fotos en el móvil que después no volvemos a mirar, o a llenarnos de contenido vacío que nada dice de quién somos o de qué hacemos aquí. Hemos confundido placer con amor, riqueza con dinero, deseos con derechos, para luego asustarnos de escuchar a estos “transhumanistas”.
No obstante, también pienso que el hecho de que tantos estudiantes hayan pasado por el aula 34 del Central (o 10 de FCOM según corresponda), dice más de lo bueno que hay en los corazones que de lo malo que hay afuera: un genuino interés por la verdad, porque sus vidas han despertado preguntas y la “técnica” no es capaz de responderlas. A veces lo único que falta es un pequeño empujón; un buen libro, una charla entre amigos o quizás un buen profesor que enseña a salir de las pizarras para llevar las lecciones al mundo real, porque desea que los estudiantes se lleven más que una serie de apuntes y notas para el examen final, y que entiende que se están educando para la santidad.
Cuando Quine preguntaba si la filosofía había perdido contacto con la gente¹, yo sólo pensaba en cuántas veces Jaime no nos dijo que “la buena filosofía se alimenta de ejemplos”. Lo que se enseña no son casos de papel, sino de vida, y ese amor que se tiene por enseñar, trasciende las aulas. Es increíble cuánto se puede transformar el mundo desde donde están los corazones y mentes inquietas, mucho más que lo que cualquier transhumanista pueda decir o hacer. El amor a la verdad mueve e ilumina más horizontes.
La filosofía no es ver cuánto nos alejamos del mundo para entonces sí pensar lo importante. Recuerdo a Dálida hablando de lo que significaba un segundo para su hermana, o la historia de Isa sobre Roma. Lo importante está ahí: en el amor del día a día, y que nos lleva a darnos cuenta de que hay más, de que podemos aprender de las caídas, de las risas entre clases y de la necesidad de dejarse cuidar.
Cada persona tiene su historia, cada uno ha dejado su país o ciudad por algo. Cada uno carga con una cruz diferente, y el poder encontrarnos en el camino con personas que te recuerdan por qué estás aquí, tiene un valor incalculable. La filosofía no perdió contacto con la vida, el verdadero amor por ella nos devuelve necesariamente a lo importante. Quizás lo único que hacía falta era un profesor que te invitase a ponerlo en palabras, haciendo inmortales esos valiosos instantes ordinarios.
Todos llevamos profesores en el corazón que han dejado huella, porque nos recordaron que también teníamos algo especial para ofrecer a los demás, y porque sus lecciones no eran de papel, sino de vida. Es como el fotógrafo que se esfuerza porque todos salgan bien, hasta los “malotes” de atrás. Ahí está, sonriendo detrás de la cámara, y aunque pareciera que no sale, sin él no habría foto, no habría quedado ese momento guardado. Quería que este último ensayo de Filosofía del Lenguaje fuera diferente, fuera una forma de agradecimiento. No sé si lo he conseguido, pero por si no ha sido así: muchas gracias Jaime, por mostrarnos que no es una asignatura lo que se somete a juicio, es la propia vida, que podemos sacar tanto si nos detenemos a mirar, y que el origen y lo más importante es el Amor con mayúscula.
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1 W.V. Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F. Barrena).